Catalina (en italiano, Caterina) Benincasa nació en Siena el 25 de marzo de 1347, siendo la anteúltima de los 25 hijos de Iacopo, teñidor y mercader de telas, y su mujer Lapa de’ Piagenti. Desde los seis años de edad, su encuentro vital con Cristo Pontífice se tradujo en un deseo de unión total, que le sugirió ya a los siete años de profesar, en secreto, el voto de castidad: muy pronto, esta decisión discrepó con los proyectos matrimoniales que su familia, pocos años después, según la costumbre del tiempo, comenzó a perfilar para ella. Con el fin de confirmar su empeño por la vida, Catalina se afilió a las Hermanas de la Penitencia da Santo Domingo, rama laica de la Orden de Predicadores, uniendo a la vida en oración y servicio de la familia la asistencia a pobres, enfermos y presos.
Los problemas de su ciudad estimularon, así, su sensibilidad y su iniciativa, las cuales muy pronto se extendieron hacia las ciudades cercanas y la compleja situación de la Iglesia en la época. Los conflictos entre familias, el sectarismo político, las injusticias sociales, la decadencia moral del clero, la debilidad del Papado y los recargamientos de las instituciones eclesiásticas, determinaban la urgente necesidad de un saneamiento de la sociedad cristiana en Europa. Las 383 cartas de Catalina que han sobrevivido hasta nuestros días están dirigidas a varias personalidades eclesiásticas y políticas de su tiempo, y asimismo a componentes de todas las clases sociales, religiosos y laicos; entre ellos, muchos se convertirían en discípulos y amigos suyos.
El regreso de los Papas desde Aviñón resultaba, para muchos, la necesaria premisa de una reforma de la Iglesia y de una reconciliación entre los Estados europeos. Un primer intentato de volver a Roma, llevado a cabo por Urbano V (1370), había fracasado a los pocos meses; Urbano murió poco después su retorno a Aviñón, como le vaticinó Santa Brígida de Suecia. Al morir ésta (1372) su confesor, Alfonso di Valdaterra, fue enviado en 1374 por el nuevo papa, Gregorio XI, para pedir a Catalina que rezara por él y por la Iglesia (cf. Lett., 127), mientras que las ciudades toscanas se aliaban con los Visconti de Milán, contra el Papado. En mayo Catalina se marchó a Florencia, donde estaba reunido el capítulo general de los Dominicos; fue entonces cuando fray Raimondo delle Vigne, originario de Capua, le fue asignado como director espiritual. De vuelta a Siena, donde se había manifestado un recrudecimiento de la epidemia de peste, se dedicó inmediatamente a la asistencia de los enfermos.
En la primavera de 1375 Catalina viajó a Pisa y a Lucca para intentar sacar la dos ciudades de la liga antipapal promovida por Bernabò Visconti, y asimismo convencerlas a adherir a su proyecto de “pasaje” a Tierra Santa: esto parecía entonces una posibilidad para acabar con los conflictos que laceraban Europa, y la misma Catalina, como otras personalidades espirituales, pensó viajar personalmente a aquellos lugares para ofrecer, incluso a costa de su vida, la redención de Cristo a las poblaciones no cristianas: éstas, se convertirían en un nuevo cauce vital para la Iglesia (Lett. 218). La exhortación de Catalina estaba dirigida también a las mujeres devotas, como Monna Paola y sus compañeras de Fiesole (Lett. 144), y fray Tommaso da Siena, apodado “Il Caffarini”, atestiguó explícitamente que Catalina misma había deseado partir: «deseaba pasar – ella y otros – entre los infieles y a Tierra Santa» y hablando con Gregorio XI del “pasaje” había expresado el deseo de «visitar el Santo Sepulcro y participar en aquel pasaje, si Dios fuere servido, junto con sus más queridos amigos, para procurar la salvación tanto de los cristianos como de los no cristianos» (Processo Castellano, p. 44,27 e 45,9-13 Laurent; Legenda maior 2, 10, 19-21, p. 327 s. Nocentini). El primero de abril de 1376 Catalina tuvo la famosa visión de su propia misión reconciliadora, no sólo entre facciones y Estados enemigos, sino también entre cristianos y musulmanes, “pasando” de un pueblo a otro (Lett. 219).
A primeros de mayo Catalina partió a Florencia, para promover la reconciliación de la República con el Papa. Después de unas semanas Catalina partió a Aviñón, para apoyar delante de Gregorio XI la reconciliación con los Florentinos, puestos en entredicho por el Papa. A finales de verano de 1376 Catalina obtuvo del Papa la promesa de su regreso a Roma e intentó obtener un rápido comienzo del “pasaje”, considerándolo urgente tanto para el bien de los cristianos como para el de los musulmanes (cf. Lett. 237). El 13 de septiembre la corte papal dejó Aviñón dirigiéndose hacia Roma por mar, mientras Catalina y sus discípulos salieron por tierra, deteniéndose en Varazze; con una nueva exhortación de Catalina, durante un rápido encuentro en Génova, Gregorio entró en Roma el 17 de enero de 1377, mientras Catalina llegaba a Siena a finales de diciembre.
Tras fundar en Belcaro (cerca de Siena) un monasterio de contemplativas (Santa Maria degli Angeli), Catalina en 1377 pasó la última parte del verano y el otoño en Rocca d'Orcia, para reconciliar las dos ramas rivales de la poderosa familia Salimbeni y restituir la paz a aquellas poblaciones. Aquí Catalina, preocupada por la difícil situación que vivían la Iglesia y la sociedad de su tiempo, dio principio a la meditación y al dictado de su “Libro”, dando noticia de ello a Raimondo en una carta de su puño y letra (Lett. 272).
A petición de Gregorio viaja, pues, a Florencia, para concluir la paz entre el papa y los florentines. A la muerte de Gregorio (27 de marzo de 1378), se elige como sucesor a Bartolomeo Prignano, arzobispo de Bari, con el nombre de Urbano VI (8 de abril). En Florencia Catalina, durante el verano, a Catalina le falta poco para que no la maten en el así llamado “tumulto dei Ciompi” (revuelta de los ciompi, los cardadores de lana de Florencia), pero se llegó a la paz entre la ciudad y el papado (28 de julio).
Una vez regresada a Siena, Catalina completó la redacción del “Libro”, que acabó a la mitad de octubre. Sin embargo, la intransigencia de Urbano VI había suscitado malhumores dentro de la Curia, y el 20 de septiembre los cardenales, franceses en su mayoría, se reunieron en Fondi, nombrando un antipapa, Roberto de Ginebra, quien tomó nombre de Clemente VII. Tuvo así origen el cisma que habría dividido la Iglesia, y Europa, hasta 1417.
El 28 de noviembre de 1378 Catalina, por orden de Urbano VI, llegó a Roma para sostener espiritualmente la Curia y contribuir a procurar el apoyo de los Estados europeos a Urbano. Ya era el momento de dejar al lado el proyecto del “pasaje” entre los no cristianos (cf. Lett. 274 y 340). Gracias al rezo y a una intensa actividad diplomática, incluso solicitando con misivas el empeño de los hombres de gobierno y la oración de los contemplativos, Catalina se dedicó totalmente a la unidad y reforma de la Iglesia. El papa hubiera querido enviarla personalmente a Nápoles, a la corte de la reina Juana de Anjou, junto con la hija de la difunta Brígida de Suecia (cuyo nombre era también Catalina): sin embargo, los temores de la joven sueca y de Raimondo persuadieron a Urbano que mejor hubiera sido renunciar a su propósito, determinando así la profunda decepción de la Benincasa (Legenda maior 3, 1, 11-12, p. 364 Nocentini; Processo Castellano, p. 149,5-6 Laurent).
Después de una intensa actividad diplomática, fecundizada a través de rezo y penitencias incesantes, Catalina murió en Roma el 29 de abril de 1380, en casa de Paola del Ferro (cf. Tommaso de Petra cit. por Bartolomeo Dominici en Processo Castellano, p. 350,16 Laurent), en la que se había instalado junto con sus discípulos, en la calle entonces denominada “via del Papa” (Legenda maior 3, 3, 8, p. 374 Nocentini), hoy Piazza S. Chiara, n. 14. Fue sepultada en la cercana iglesia de Santa Maria sopra Minerva. En su epitafio (hoy conservado en la sacristía de la misma basílica) fray Raimondo mandó escribir que Catalina «asumió sobre sí misma el celo por el mundo moribundo» (mundi zelum gessit moribundi).
Panorama Cronológico
(cf. G. Cavallini, Caterina da Siena: la vita, gli scritti, la spiritualità, Roma, Città Nuova, 2008, p.19-30)